Quien esté de rodillas… que se levante.

Artículo para Posmodernia.

13 de noviembre de 2020.

Reseña de “El Dominio Mental. La geopolítica de la mente”

Reseña de El dominio mental. La geopolítica de la mente.

Autor: Pedro Baños

Editorial: Ed. Ariel, Barcelona, 2020, 544 págs.

«No podemos seguir haciendo como el avestruz que mete la cabeza bajo tierra y creer que no va con nosotros, que es responsabilidad de otros solucionar los problemas, nuestros problemas. Debemos levantar la cabeza, bien alta, para mirar con fondo y amplitud hacia el futuro común. ¡Es ahora o nunca!». Con estas imperiosas palabras termina el coronel Baños la última parte de su trilogía sobre geopolítica, en esta ocasión sobre la geopolítica mental. Así termina –aunque el libro continúa con cuatro meritorios apéndices de cuatro autores diferentes– esta bofetada amable pero firme que Pedro Baños nos da con éste libro. Sí, una bofetada, una verdadera bofetada que necesitamos y que él nos brinda con un estilo sencillo pero directo. Porque a pesar de ser una bofetada que nos mueva del sitio y saque de la apatía en que por lo general estamos instalados, como el autor mismo explica al final, no es una bofetada que busque hacer daño, sino abrirnos los ojos, animarnos a ser libres, busca proporcionarnos información y herramientas para poder comprender un poco mejor nuestro pasado, nuestro presente y a vislumbrar algo de nuestro futuro.

Y vaya si da herramientas. Porque la información que nos proporciona a lo largo de sus siete capítulos, su epílogo y los mentados cuatro apéndices es abundantísima. Es cierto que se le puede sacar algún pero, ninguna obra es perfecta. Por ejemplo, una cosa importante que se puede echar en falta es que, tratando el tema que trata, el autor en ningún momento nos ofrece una definición clara y precisa –siquiera aunque sea una más o menos técnica, categorial– de qué es la mente. Se da por supuesto. Y aunque por los desarrollos y temas tratados en sus páginas se pueda saber de qué nos habla el coronel, en ocasiones puede surgir alguna confusión. Hay momentos incluso en los que no se sabe bien si se nos está hablando específicamente del cerebro, de la conciencia o de la mente. Pues no son lo mismo. Y es que definir el cerebro y saber a qué nos referimos es relativamente fácil, quizá sólo requiere que nos acerquemos a alguna definición e imagen que ciencias como la anatomía o la neurociencia nos facilitan. Pero al hablar de la conciencia o de la mente la cosa se complica bastante más si cabe, ahí ya entramos en el terreno filosófico, un terreno mucho más resbaladizo ya que, como mínimo, requiere adoptar una definición que proporcione no la filosofía, así en general, sino alguno de los sistemas filosóficos disponibles, y justificar por qué esa definición y no las otras.

Y aunque esto pueda parecer una precisión innecesaria, incluso rizar mucho el rizo, es sin embargo de una importancia crucial, ya que es la idea centrar sobre la que gira todo el muy meritorio libro. Esta definición, aunque reconocemos que no es fácil y que el autor ya hace mucho con lo que nos ofrece, nunca sobra aunque sea expuesta sólo en unas pocas líneas.

Pero a las herramientas. Decíamos que son muchas. Es apabullante la cantidad de información y la variedad de temas que Pedro Baños trata a lo largo de las 544 páginas que componen el libro, el más largo de la trilogía. Son tantas que es vano intentar hacer un mero bosquejo de las mismas, entre otras cosas porque merecen una buena lectura en profundidad. Y cuando decimos lectura queremos decir lectura y relectura de las maniobras de distracción y entretenimiento, de desinformación –que también es posible con avalanchas continuas de información–, de manipulación y adoctrinamiento, de miseria intelectual… todos esos métodos y más pueden servir y sirven para moldear nuestros pensamientos y sentimientos y, por tanto, para condicionar nuestros comportamientos. Pero no acaba ahí, porque las técnicas y dispositivos de vigilancia, como nos muestra en el segundo capítulo, no hacen sino crecer. Para empezar gracias a todos los datos que proporcionamos nosotros mismos sin darnos cuenta a través de nuestros móviles, las redes sociales, las tarjetas bancarias…, datos que son almacenados y vendidos por los grandes monopolios de la información como Google o Facebook. Y para continuar por las crecientes tecnologías de seguimiento y control como la geolocalización o las cámaras de vigilancia, por citar sólo dos casos.

Y continúa. Porque a todo esto, por si es poco, debemos añadir el nivel gubernamental y geopolítico. La lucha a muerte –la conocida guerra híbrida– que existe entre las potencias mundiales por el control de las propias poblaciones y las ajenas, lucha que Pedro Baños trata en los tres siguientes capítulos. La guerra psicológica, ahora llama operaciones de influencia, las grandes campañas de manipulación, los diversos y perversos subterfugios psicológicos bien para adormecer o bien para enaltecer, según interese, a las masas… Las más variadas tecnologías conocidas, y que todavía no conocemos, para acceder a las ondas cerebrales, para estimularlas o para controlarlas; nanotecnología que analiza o modifica nuestro cuerpo, manipulación genética, soldados biónicos, cíborgs… Tampoco faltan las más diversas armas electromagnéticas, lumínicas o sónicas con las que afectar a los cerebros, pensamientos y sentimientos; por no mencionar la gran variedad de torturas psicológicas posibles como la privación del sueño o la privación sensorial. Hasta la parapsicología y los fenómenos paranormales han tenido cabida –y no sabemos si tienen– en esta geopolítica mental aunque pueda parecer descabellado.

Si bien, después de todo esto, el libro –aquí sólo hemos mencionado una pequeña parte– en sus últimos capítulos, a pesar de ofrecernos un panorama muy difícil, como se puede ver en el sexto capítulo, culmina en su capítulo séptimo y en el epílogo esa bofetada amable que mencionábamos antes. Esa bofetada amable pero contundente. Porque el presente pandémico que vivimos es poco halagüeño, desde luego. Pero sólo irá a peor si no sabemos a qué nos enfrentamos y no hacemos nada para enfrentarnos a todos los problemas que están desgastando, corrompiendo hasta la médula, nuestro Estado y nuestra democracia. Porque si seguimos siendo ese avestruz escondido, narcotizado, que no quiere ser libre, que se sigue nutriendo de falsas esperanzas, que se deja manejar como una triste marioneta, sólo nos quedará vivir en el mundo feliz más distópico que nadie haya podido imaginar jamás.

En manos del lector queda.

Una lectura imprescindible.

Artículo para Posmodernia.

31 de octubre de 2020.

Reseña de “Así empieza todo. La guerra oculta del siglo XXI”

Reseña de Así empieza todo. La guerra oculta del siglo XXI.

Autor: Esteban Hernández

Editorial: Editorial Ariel, Barcelona, 2020, 272 págs.

Si alguien quisiera escribir en nuestros días una nueva obra acerca de la decadencia de Occidente no tendría más remedio que acercarse a Así empieza todo, el último ensayo de Esteban Hernández Jiménez, y darse cuenta de que ya está escrito. Y no desde una posición optimista, tampoco pesimista ni fatalista; más bien deberíamos decir que está escrito con frialdad y, a su vez, aunque parezca paradójico, con jovialidad. Con una mirada casi, podríamos decir, chestertoniana. Pero si debiéramos destacar tres cualidades de lo expuesto por Esteban Hernández en Así empieza todo serían la lucidez, la mesura y la claridad.

Si por lucidez entendemos claridad y rapidez mental, en los razonamientos, en las exposiciones y expresiones, el ensayo de Esteban Hernández lo es. Porque, a pesar de la multiplicidad de temas que trata a lo largo de sus páginas, como no podía ser de otro modo en un ensayo como éste, y de la multiplicidad de tesis que el autor expone, defiende y critica, siempre es capaz de llegar al núcleo del problema. Es capaz de rastrear, desandando el camino de la historia, la raíz de las teorías y acciones (o dejaciones) que nos han llevado –y en ese nos hablamos principalmente de Europa y de España– a la situación de debilidad y emergencia en que nos encontramos. Y, al mismo tiempo, es capaz de indicarnos en todo momento que, a pesar de que así empezó todo y así estamos ahora, hay posibilidades para cambiar la situación, todavía podemos hacer algo. No se trata de meter miedo ni de aportar esperanza –de ahí también la lucidez–, sino de, al modo de Espinosa, recordarnos nuestra potencia de acción, nuestra capacidad de reacción en el marasmo de determinaciones que nos rodea, en la necesidad de perseverar en el ser. Nuestra libertad. Sin miedo ni esperanza. Sin reírnos, sin burlarnos y sin lamentarnos, sino entendiendo. Y para ello Así empieza todo es una lectura imprescindible.

Si por mesura entendemos moderación y compostura, pero también medida y templanza de nuevo podemos decir que el último ensayo de Esteban Hernández está atravesado de principio a fin por la virtud de la mesura. Desde su primer capítulo, La trampa de la historia, en el que nos habla, por ejemplo, de la conocida trampa de Tucídides, pero también de la menos conocida trampa de Pericles. Es decir, de cómo en la política, en la historia y también en nuestro presente hay fuerzas, instituciones, sistemas… que están por encima de nuestra voluntad, que nos determinan y a veces nos arrastran sin remedio, pero que también hay un papel para el individuo en la historia, que determinismo no es fatalismo y hay franjas de libertad en las que el juicio y las acciones de determinados sujetos, tomando un rumbo u otro, es decisivo. El segundo capítulo nos va a mostrar cómo Occidente alimentó a la sierpe en su seno, que diría Cervantes; una sierpe, China, inteligente, paciente y con larga vista que ha aprendido de nuestros errores y los ha aprovechado y aprovecha muy bien. Como es normal.

El tercer capítulo, en el que se aborda la cultura –aunque no nos ofrece el autor una definición expresa de qué es la cultura, pero por los temas tratados podemos decir que se trata de la cultura circunscrita tal y como se entiende desde el materialismo filosófico–, de nuevo se nos hace un repaso histórico mostrando cómo poco a poco esta ha ido perdiendo los límites y cómo sin estos hemos llegado al delirio sin freno de ideologías e identidades que tenemos hoy. Una falta de límites que, de nuevo, a pesar de ser producto de Occidente le está haciendo perder el pie.

La misma lucidez y la misma mesura encontramos en el cuarto capítulo, dedicado a las cuestiones territoriales. A las dialécticas entre el campo y la ciudad, y entre las megaurbes y entre Estados. Unas dialécticas, en las que siempre hay ganadores y perdedores, que podemos ver en las luchas de clases –y de Estados– que nos expone en el capítulo quinto.

A dichas dialécticas entre territorios, clases y Estados hay que aportar, como nos enseña en el sexto capítulo, otro elemento: el eje monetario de las esferas económicas, el poder del mercado financiero. Que en las cuatro últimas décadas ha adquirido tal poder y tal magnitud que está absorbiendo cuando no esquilmando a la economía productiva; y que a través de los gigantescos monopolios y la concentración creciente, la digitalización y la tecnología está barriendo del mapa a los pequeños propietarios –y no tan pequeños–, produciendo un mercado laboral cada vez más mísero y hasta controlando en gran medida las políticas económicas de los Estados –principalmente de los Estados occidentales–. Todo lo cual, como nos dice Esteban Hernández en el capítulo siete, ha llevado a una serie de conflictos y guerras silenciosas, ocultas, pero cuyos efectos podemos ver ya hoy en plena pandemia, aunque también antes.

La misma mesura con respecto a los peligros y causas de nuestro presente, pero también de las posibilidades de rectificación que en él hay, podemos observar en los últimos capítulos. En el camino de salida y en el momento realista del leninista qué hacer de los capítulos ocho y nueve el autor nos vuelve a recordar los distintos caminos por los que hemos llegado al presente, cómo en determinados momentos la elección ha sido errónea, pero también cómo hacer que esa decadencia occidental no sea tan inevitable. En definitiva, y de nuevo recordando a Cervantes, que no tiene aquí fortuna parte alguna, sino que cada cual se fabrica su propio destino. Y a pesar de todo lo que está mal en el mundo, como nos comenta en el último y chestertoniano capítulo, no hay por qué repetir una y otra vez en los mismos errores. Podemos aprender y ver cómo hemos llegado hasta aquí, cómo empezó todo, y cómo tomar otro rumbo.

Por último, debemos destacar la virtud de la claridad en el estilo de escritura del autor. Una claridad quizá corolario de la lucidez y mesura que hemos comentado. Porque como se habrá podido ver en lo dicho la maraña no es fácil de recorrer, es necesario separar bien unos temas de otros y, a su vez, mostrar los puntos de conexión que unos puedan tener con otros –aunque no todos con todos–. Son muchas las tesis que se han de manejar y mucha la documentación que se maneja, pero en ningún momento se hace farragoso. Al contrario, es posible recorrer página a página reformando el entendimiento, comprendiendo cómo hemos llegado a aquí. Y es que incluso a pesar de que existan nudos en la trama en los que se pueda estar más o menos de acuerdo, hay una última cosa que es muy de agradecer en este ensayo, a saber: que a través de la claridad en su escritura Esteban Hernández aporta a sus lectores claridad sobre su presente.

En manos del lector queda.

Adiós, libertad.

Artículo para Posmodernia.

29 de abril de 2020.

Adiós, Libertad

Las concepciones individualistas o subjetivistas de la libertad, a mi juicio, son otra de las víctimas de la pandemia del Covid-19. Esta terrible pandemia mundial que está dejándonos a todos en jaque. Y es que podemos decir que las situaciones tan tremendas que estamos viviendo han evidenciado -aunque siempre hay quien no quiere enterarse- que en cuanto personas somos seres sociales, determinados por las otras personas y por las instituciones y ceremonias que nos han formado. Instituciones y ceremonias que necesitamos para vivir y que determinan los rumbos que cada persona -que si es persona, insistimos, lo es porque vive entre otras- puede ejercitar en su vida. De ahí, por ejemplo, la lógica preocupación que podemos tener todos por aquellas personas que pasan el confinamiento solas, o el dolor que genera no poder pasar por las ceremonias de duelo de todos aquellos que pierden a un ser querido por el Covid-19 y ni se pueden despedir.

A su vez podemos observar que este virus ha determinado un recorte drástico de nuestra libertad de movimiento, por ejemplo, o de reunión. Por nuestra propia supervivencia. Incluso nos ha impedido poder trabajar y consumir, siendo así que la economía española está sufriendo una debacle de tal magnitud que sólo se puede comparar con una guerra. Es decir, estamos completamente determinados tanto por factores sociales y culturales como naturales (radiales).

Pero no queda la cosa ahí. Que ahora mismo no seamos libres de y para hacer una gran cantidad de cosas, que no contemos con una gran cantidad de libertades se debe a que el Gobierno así lo ha ordenado por razones de salud pública -órdenes que procura que se cumplan con sus limitados medios-, y muestra que nuestras libertades también dependen del Estado y los grupos humanos en los que nos encontramos. Depende de la capacidad de los Estados, de su libertad, de su fortaleza para garantizar la salud y la seguridad de sus ciudadanos que estos puedan ejercerla o no. Cuanto más débil sea el Estado menos libres seremos. Por eso podemos ver que ya hay países que han iniciado, escaladamente, el desconfinamiento, porque han tenido la fortaleza y la prudencia como para abastecerse y proveer a sus ciudadanos (incluyendo a todos aquellos que han luchado contra el virus) de los medios necesarios para protegerse. Desgraciadamente en España no se ha tenido esa prudencia y fortaleza -de ahí que tengamos, a día de hoy, el mayor índice de mortalidad por millón de habitantes y el mayor número de sanitarios infectados- y la desescalada va a costar bastante más suponiendo que no haya graves repuntes. No digamos ya la recuperación económica.

La libertad, decimos, no reside en la conciencia, no reside en el sujeto, porque no reside en ningún sitio; tampoco es darse a uno mismo la propia autonomía. A lo sumo la podríamos intentar definir, siguiendo a Espinosa, como la conciencia de la necesidad. Porque desde el materialismo pluralista (discontinuista) y actualista defendemos que todo lo que existe y ocurre existe y ocurre, al menos, por una causa o una razón. Una causa o razón que requiere de un contexto o armadura en el que se da el proceso causal. Procesos causales (y contextuales) en los que los sujetos están insertos, fuertemente determinados por ellos y a los cuales con sus acciones u operaciones contribuyen, de ahí que después a los sujetos se les pueda exigir responsabilidad y culpa. Unas armaduras que vienen dadas por las instituciones y ceremonias, que son las que encauzan las operaciones y las vidas en general de los sujetos y de las sociedades de personas. Y es que a pesar del determinismo la libertad, que es poder, no deja de existir. Una libertad que, repetimos, se ejerce en y a través de las instituciones y ceremonias (circulares, angulares y radiales) del espacio antropológico -como el Estado, la familia o el laboratorio, por ejemplo-. Si dejara de existir la libertad por el determinismo -no nos olvidemos de la symploké, pues no todos los procesos causales están entretejidos con todos ni ninguno con ninguno- gran parte de nuestro sistema judicial carecería de sentido. Porque determinismo no es fatalismo. Si podemos atribuir culpa a una persona es porque es posible determinar que es la causa de unos efectos perniciosos para los derechos de otra u otras personas -por ello tampoco sería posible determinar esa culpa sin instituciones como la ley, la policía, los jueces o los tribunales-, y desligar el proceso causal generado por esa persona de otros. Si alguien es culpable de lo realizado es porque ha sido libre.

Y es que la libertad tiene un carácter objetivo que además es irrenunciable, precisamente, en las sociedades democráticas de mercado pletórico. Es esta libertad objetiva democrática -o idea de libertad objetiva-, forjada a través de las diversas transformaciones basales con el desarrollo del capitalismo desde la Edad Media, imperio español mediante, la que permitió la transformación de las sociedades no democráticas en democráticas (antes que la idea de igualdad o de fraternidad)[1]. Siendo quizá los llamados Estados de bienestar su mejor ejemplo. 

Es, pues, esta involucración de los desarrollos basales con la armadura reticular del Estado (capas conjuntiva y cortical) los que permitirán nuestras actuales libertades democráticas. Unas libertades que, dado su carácter objetivo, antropológico e histórico, en modo alguno pueden depender de la conciencia subjetiva de cada uno, del propio espíritu o de la voluntad individual.

Demos, pues, una cordial despedida a estas concepciones desbarradas de la libertad -aunque bien sabemos que hay quien no querrá hacerlo ni lo hará nunca- igual que esperamos poder despedirnos pronto de este peligro microscópico que nos ha obligado a renunciar a un buen número de ellas.


[1]En otros artículos en esta misma revista hemos profundizado un poco más en este proceso.