La moneda siempre fue compañera del Imperio

Artículo para El Basilisco.

La moneda siempre fue compañera del Imperio (Luis Carlos Martín Jiménez, El Mito del Capitalismo. Filosofía de la Moneda y del Comercio, Pentalfa, Oviedo 2020).

El Basilisco. Revista de materialismo filosófico. Número 55 (2020).

https://fgbueno.es/bas/bas55g.htm

Jamás soltará a su presa

Editorial para Fundación DENAES.

14 de enero de 2021.

Jamás soltará a su presa

Justo antes de terminar el pandémico 2020 España y Reino Unido llegaron a un principio de acuerdo –tras el ímprobo trabajo de seis meses y «dos largas noches sin dormir»– acerca de Gibraltar; un acuerdo sobre el que se podrá levantar, ya sin la presión del Bréxit, un tratado entre Reino Unido y la Unión Europea.Como indicó en nochevieja la ministra de exteriores González Laya, en lo ya en un principio acordado se estipula que gracias a España Gibraltar podrá seguir disfrutando del espacio Schengen, pues España se hará responsable, según la versión de González Laya, a través de un sistema de doble control de su aplicación en ese colonizado territorio, y contará con la asistencia del Frontex (la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas) durante 4 años. También indicó que gracias a este principio de acuerdo se podrá «levantar la verja» –un «levantamiento» que parece ser que se llevaba ya preparando, al menos, desde el día 18 de diciembre, con lo que el principio de acuerdo tan apurado no sería–. Esto se supone que implica que los españoles que quieran entrar a trabajar en Gibraltar lo harán libremente, mientras que los británicos que quieran entrar en el peñón deberán hacerlo con «algún tipo de control» con pasaporte en frontera. En cualquier caso la soberanía sobre el Peñón no cambia, como aclaró la ministra, como era de esperar y como también aclaró Fabián Picardo en una entrevista en El País, en la que declaró, muy contento, que Gibraltar y el Reino Unido no han cedido soberanía, jurisdicción o control. También aclaró Picardo en su discurso para felicitar el año nuevo a los gibraltareños que el principio de acuerdo alcanzado no es legalmente vinculante, que lo será el tratado que se alcance con la Unión Europea, que no tiene reivindicaciones soberanas sobre Gibraltar. El principio de acuerdo (y ya se verá el tratado) también incluye que se podrán establecer medidas de «competencia leal» –aunque ya sabemos lo leales que son los británicos en sus acuerdos y tratados– en materia de fiscalidad –recordemos que Gibraltar además de una colonia británica es un paraíso fiscal–, medioambiente y cuestiones laborales. Hecho esto –dos noches son muchas noches sin dormir–, España cede el testigo a la Comisión europea para cerrar en seis meses el tratado final con Reino Unido; porque eso sí, la Unión Europea no puede acordar nada con Reino Unido que afecte a Gibraltar sin la solicitud de España. ¡Hasta ahí podríamos llegar!

En cualquier caso la ministra española se felicitaba del principio de acuerdo, ya que sin él Gibraltar –que desea seguir formando parte del espacio Schengen– habría sido el único lugar donde se habría aplicado un «Bréxit duro», puesto que el peñón no entraba en el cacareado acuerdo alcanzado en nochebuena entre la Unión Europea y Reino Unido. Y no dudamos de la importancia del acuerdo y de que pueda tener algunos aspectos beneficiosos para España, sobre todo si tenemos en cuenta que más de 15.000 españoles cruzan la verja todos los días para trabajar en Gibraltar –y lo tienen que hacer porque, descartando el tráfico ilegal de drogas y personas, la economía que rodea al Peñón y los territorios y aguas ilegalmente en propiedad británica está destruida, como suele pasar en las zonas donde hay paraísos fiscales–. Pero hay otros aspectos que son importantes, empezando por el de la soberanía, que sigue y seguirá en manos británicas puesto que al parecer España ha renunciado a ella. Es posible que por ello Fabián Picardo agradeciera públicamente el «nuevo clima» de entendimiento con el Gobierno español. Era justo ahora cuando España podría haber aprovechado para ejercer mayor presión para avanzar en la soberanía de la colonia británica o, al menos, intentar que Reino Unido cumpliera los pactos ya históricos entre ambos países –hasta la ONU reconoce que Reino Unido es la potencia encargada de descolonizar Gibraltar–. Pero el Gobierno español no ha querido hacerlo o, lo que es incluso peor, no ha sabido ni ha podido. Ahora, con un Gibraltar fuera de la Unión Europea y dentro sólo en lo que le interesa, la oportunidad está perdida. A partir de ahora, ante cualquier conflicto, y ya los hay, España está sola ante Reino Unido, si es que éste no hace oídos sordos a nuestro país, como suele, y como mucho nos manda a «dialogar» con Picardo. Si España antes, con la sombra de la Unión Europea a las espaldas, no era capaz de imponer sus intereses, una vez que la Unión acuerde lo que le interesa y se desentienda de los intereses españoles, lo será menos todavía.

Tanto es así que en este acuerdo España ha reconocido algo que ya desde el 2019, con Josep Borrell al frente de Exteriores, se viene fraguando, a saber: el reconocimiento de unas «autoridades gibraltareñas» que tendrán capacidad negociadora, con lo que diplomáticamente esto implica en favor de la renuncia al control y soberanía del Peñón –no se aceptará siquiera, según ha anunciado Fabián Picardo en respuesta a la versión de la ministra española, que los agentes que controlen el puerto y aeropuerto sean españoles, con lo que una vez acabados los 4 años de asistencia por parte del Frontex es de suponer que quien controle las zonas de Gibraltar no será España, sino la Agencia de Guardacostas y Fronteras de Gibraltar, como explicitó Picardo–. Quizá gracias a este reconocimiento por parte de España se consiguieron esos acuerdos de «competencia leal», acuerdos que seguro que desde el Peñón y las islas de habla inglesa no se aprovecharán en beneficio propio y en detrimento, una vez más, de España. Segurísimo. Un ejemplo de esto que decimos puede estar en otra de las cesiones de España en este principio de acuerdo, una cesión que abunda en el efecto de agujero negro económico que el paraíso fiscal provoca –por más que tanto la ministra como el Presidente del Gobierno, mediante un tuit, hayan expresado cursi y vacuamente que buscan que la zona del Campo de Gibraltar sea también una zona de «prosperidad compartida», aunque los ingleses no renuncien a la soberanía–, y que se puede resumir en el reconocimiento del privilegio de las sociedades offshore del peñón.

¿Qué ha conseguido pues España en este principio de acuerdo y posterior tratado? Cosas muy importantes. Ha conseguido reconocer la condición de paraíso fiscal de Gibraltar y reconocer al Peñón como una entidad política con representantes propios, de modo que las relaciones ahora serán a tres bandas (dos contra uno). Ha conseguido que sus intereses soberanos y económicos y su razón legal, que le favorece, desaparezcan. Y eso a cambio de la libre circulación de los españoles que no tienen otro sitio al que ir a trabajar. El Gobierno español ha conseguido reconocer su impotencia, pues considera que lo importante es «gestionar» la interdependencia con Gibraltar, como indicaba la ministra González Laya en su rueda de prensa. Porque claro, las distintas autoridades negociadoras, dijo la ministra, podrían haber tenido «una larga discusión sobre qué significa la soberanía en el siglo XXI» –¡en pleno siglo XXI!–, pero no, lo que se buscaba simplemente era «gestionar nuestra interdependencia y hacerlo a través de la corresponsabilidad». Es decir, lo que hicieron las autoridades españolas en esos seis meses y dos largas noches sin dormir fue renunciar a las reclamaciones que España viene manteniendo desde el siglo XVIII, echar por tierra los esfuerzos del equipo diplomático español durante tantas décadas, olvidarse de que el derecho internacional nos favorece y poner a España en una situación de debilidad aún mayor. Pero bueno, tendremos interdependencia y corresponsabilidad, al menos mientras Picardo nos deje.

Una vez más, desde DENAES no podemos más que llamar la atención sobre la debilidad creciente de España tanto interna como externamente –una cosa se sigue de la otra–. Una posición de debilidad que, como en el caso de Gibraltar, tanto el Gobierno actual como otros anteriores, en mayor o menor medida, han contribuido a aumentar. Y es que, como señalamos en un editorial anterior, mientras España y sus Gobiernos no cuenten con una demografía fuerte, una estructura territorial cohesionada, una economía industrial y tecnológicamente fuerte, gobernantes a la altura de las circunstancias que no piensen sólo en las próximas elecciones, un ejército fuerte con sueldos y equipamientos decentes y una diplomacia fuerte con unos objetivos claros, o al menos con unos objetivos, esa debilidad no hará más que aumentar. Hasta que España simplemente no dé más de sí y no haya ni España que (mal) gobernar. Y para contar con todo ello es necesario que dichos Gobiernos hagan todo lo posible, aunque sea pasar dos largas noches sin dormir, para que así sea. Pues para eso son elegidos. Desde DENAES, por tanto, instamos una vez más tanto al Gobierno español –nos da igual el «signo político» que éste tenga ahora y en lo sucesivo–, y a los españoles a instar a dicho Gobierno, a hacer todo lo necesario para que los intereses de España, que son los intereses de todos los españoles, se cumplan en la mayor medida de lo posible. Porque una cosa hay que tener clara, y es que ante una España tan débil –y sola, porque no hay que hacerse ilusiones acerca de la unión política de la Unión Europea– el Reino Unido jamás soltará a su presa.

La forma de que no haya tema

Editorial para Fundación DENAES.

1 de enero de 2021.

La forma de que no haya tema

A raíz de unas declaraciones de Saadeddine El Othmani, el primer ministro marroquí, en las que éste afirmaba en una televisión egipcia que tanto Ceuta como Melilla son marroquíes, al igual que el Sáhara, hace unos días se llamó a consulta desde el Ministerio de Exteriores a la Embajada de Marruecos pidiendo una explicación. A su vez, el 22 de diciembre, en una rueda de prensa tras el Consejo de Ministros, y ante una consulta realizada por un periodista acerca de estas declaraciones, la vicepresidenta, que había presidido el Consejo debido a la cuarentena del presidente, respondió con cierta contundencia. Sus palabras fueron estas: Ceuta y Melilla son españolas, no hay tema. Lo conoce muy bien el Gobierno marroquí y no hay tema, es que esto no lo discute el Gobierno de España ni lo discutimos en este país.

Y menos mal, pero parece que desde el Gobierno marroquí no lo tienen tan claro, dadas las declaraciones de su primer ministro. Y podríamos tomar estas declaraciones de nuestros vecinos del sur como una simple rodomontada fruto de la euforia por su próxima anexión –gracias al apoyo estadounidense, francés e inglés– del jurídicamente español Sáhara Occidental, con todo su territorio, riquezas, aguas y su nada afecta población. Pero tampoco podemos dejar de tener en cuenta que las pretensiones sobre Ceuta y Melilla por parte de Marruecos tienen una larga tradición e incluso fueron motivo de guerras en el pasado. A estos territorios se podrían añadir otros enclaves españoles, por ahora, como la isla del Perejil o las Chafarinas, que como el Sáhara nunca fueron marroquíes. Todos ellos enclaves geoestratégicos de gran importancia. A todo esto hay que añadir otro enclave geoestratégico de mayor importancia si cabe: el estrecho de Gibraltar. Este estrecho es uno de los puntos geoestratégicos más importantes del globo, uno de los estrechos más vigilados y por los que pasa una gran cantidad de mercancías y recursos energéticos. Un punto, por tanto, que viene a complicar todavía más las siempre difíciles relaciones entre España y Marruecos ya que estas relaciones, precisamente por la importancia del estrecho de Gibraltar, están constantemente atravesadas y mediadas por los intereses de otras potencias en dicho estrecho.

Dados estos intereses geoestratégicos y las mediaciones de terceros, las relaciones entre España y Marruecos no son nunca del todo bilaterales. Por ello quizá una forma inteligente de resolver problemas entre ambos Estados, o al menos de acercar posturas, podría ser que ambos países, por conveniencia mutua y en contra de terceros, solidariamente por tanto, desarrollaran una colaboración más estrecha para un control del estrecho, intentando evitar las injerencias de otras potencia en la medida de lo posible. Quizá, decimos, dado que ambos países, por su propia geografía, están condenados a entenderse o a hacerse la guerra, lo más inteligente sería, si queremos evitar el enfrentamiento armado antes o después, buscar acuerdos bilaterales tanto comerciales como políticos o militares que favorecieran y fortalecieran a ambos, rebajando así las tensiones y las absurdas pretensiones territoriales de Marruecos.

Y aquí nos topamos con un escollo, al menos por parte española. Porque hablamos de la posibilidad de llegar a acuerdos solidarios frente a terceros, pero como todo bueno negociador sabe no hay mejor forma de llegar a acuerdos que desde una posición ventajosa, de fuerza, o al menos de igual a igual. Por ello desde DENAES consideramos que la mejor forma para que estos posibles acuerdos sean también ventajosos para España o que al menos, con acuerdos con Marruecos o no, «no haya tema», como dijo la vicepresidenta, es con una España fuerte política, demográfica, militar y económicamente. Cosa que hoy, al menos, no es.

A menudo se ha dicho que España carece de política exterior, y que ésta siempre ha estado enmarañada por la política interior. Que desde que el Imperio español se descompuso tras varios siglos luchando a brazo partido contra tantos, hemos estado en manos inglesas, francesas y estadounidenses en mayor o menor medida. Y en cierto modo esto es verdad. Tampoco es extraño, porque, como hoy podemos observar, muy difícilmente puede un país débil y en descomposición volcar sus esfuerzos en actividades internacionales de gran calado. Es por ello que asuntos como la crisis inmigratoria en Canarias y los avances territoriales y militares marroquíes muestran hasta qué punto España necesita una reconfiguración que fortalezca su posición tanto interna como externamente, pues ambas cosas son inseparables. España requiere, en definitiva, de políticas de largo alcance que dejen de lado los maniqueísmos, los sectarismos y los particularismos ponzoñosos, que dejen de lado las políticas de partido dando paso a políticas de Estado y que los Gobiernos se centren en fortalecer al Estado, garante de los derechos y de la libertad de los españoles.

Estas políticas de largo alcance a las que nos referimos requieren de planes y programas en multitud de aspectos. Uno de ellos es el demográfico. Aprovechando las crisis inmigratorias, como la que se vive en Canarias, se señala a menudo que España, dada su baja natalidad, necesita a estos inmigrantes. Y puede que sea cierto, pero si es cierto esta certeza no deja de apuntar, de nuevo, a la debilidad, decadencia y descomposición de la nación española. Porque la inmigración no puede resolver el problema demográfico aunque pueda ayudar, de modo que el Gobierno de España, del signo que sea, debe impulsar políticas destinadas a aumentar la natalidad que garanticen el mantenimiento o aumenten la población española. No hay que olvidar que el factor demográfico es siempre fundamental a nivel geopolítico y económico.

Pero esto no puede venir solo, porque difícilmente se podrán las familias españolas tener hijos cuando sus ingresos no hacen más que descender y las dificultades para conciliar trabajos y crianza no hacen más que crecer. De modo que otra de las políticas de gran alcance necesarias está en la reconfiguración industrial, empresarial, laboral y económica de España en su conjunto. Una reconfiguración que haga posible que aumenten los ingresos familiares, aumenten las posibilidades de trabajo y que permita que los españoles tengan y críen a sus hijos con relativa facilidad. Es imposible un reemplazo demográfico, o un aumento demográfico, sin una estructura económica que lo permita. Y si ese reemplazo no se produce, la estructura económica también se ve afectada.

Y por último, debemos señalar que son necesarias políticas de gran alcance que, a la par, aumenten la cohesión nacional. Por ejemplo las políticas relacionadas con la educación o la lengua común, el español; aspectos estos que, como DENAES ya ha tratado en otras ocasiones, van justo en el camino contrario. Esa cohesión nacional permitiría que las energías de la nación española, y de sus dirigentes, no se consuman constantemente en mantenerse en la (co)existencia, sino en fortalecerla y crecer cada día más. Sin estas reformas es imposible, a su vez, fortalecer el poder diplomático y el poder militar español –que también requiere de un mayor presupuesto, prestigio y fortaleza– que den a España, como mínimo, capacidad para defender lo que es suyo sin que haya ni pueda haber «tema».

Reformas como las que comentamos, y otras muchas, deben emprenderse con la mayor de las urgencias, ¿será España capaz? Sólo desde una nación y un Estado fuertes es posible que las relaciones internacionales de España cuenten con una seguridad y estabilidad que garantice a los españoles que sus derechos y libertades no se verán amenazadas. Sólo desde un Estado fuerte, cohesionado y que tenga claro su papel en mundo y en la historia podrá empezarse a hablar de una política exterior española. Por ello desde DENAES instamos al Gobierno, a éste y a los sucesivos, a emprender todas las reformas y acciones necesarias para el fortalecimiento de la nación española, e instamos a los españoles a presionar a dichos gobiernos para conseguir que la seguridad, la prosperidad y la libertad de todos quede garantizada. En definitiva, para que realmente no haya «tema».

Pasito a pasito

Editorial para la Fundación DENAES.

9 de diciembre de 2020.

Puede que haya muchos españoles que hace unas semanas hayan sido abundantemente informados acerca de unas cartas y un grupo de mensajería instantánea que involucra a una serie de militares retirados –o sea, que ya no son militares. Pero quizá no se hayan visto informados con tanta asiduidad de otro conflicto que afecta al ámbito militar, a pesar de no afectar por ahora al ejército español, y por tanto a España, de una manera directa. Pero sí indirecta y quizá futura. Nos referimos a la guerra abierta hace poco más de un mes en el Sáhara Occidental –antigua provincia española y territorio todavía jurídicamente, y sólo jurídicamente, español– entre Marruecos y el Frente Polisario.

Hablamos de un conflicto de larga raigambre que, como cabía esperar, se ha vuelto a abrir. El conflicto por el Sáhara Occidental, vecino a Canarias, se inició en el año 1957 con unas revueltas separatistas –sofocadas entre España y Francia, que compartían protectorado– y con la Guerra del Ifni entre España y Marruecos; guerra que, causando unas tres mil bajas en el bando español y unas cinco mil o más en el marroquí, concluye en 1958 entregando a Marruecos parte del África occidental española, el Ifni y parte del Sáhara. En las postrimerías de esta guerra empieza a surgir el Ejército de Liberación Nacional, que se conocerá más tarde, ya en la primera mitad de la década de los setenta, como Frente Polisario. Hacia el año 1970 pudieron verse revueltas saharauis otra vez, de nuevo pacificadas por el ejército español en El Aiún. La década de los setenta es una década crucial para toda África y para nuestro conflicto, pues es entonces cuando se empieza a descolonizar por parte de las potencias europeas –principalmente Reino Unido y Francia– lo que estas conservaban en el continente. España no podía ser menos, a pesar de no considerar al Sáhara como una colonia sino como una provincia. Para ello España ofreció a los saharauis una mayor autonomía política así como la celebración de un referéndum en 1975 para que optaran a la plena autonomía, generando así una nueva nación. Cosa que chocaba con los intereses de la muy poco democrática monarquía marroquí. De modo que Marruecos elevó una denuncia a la ONU, la cual hizo poco o nada. Inacción que dio pie a que Marruecos organizara en octubre de ese año, aprovechando la agonía de Franco, la conocida marcha verde para ocupar con población civil –consiguiendo con ello que el ejército español no pudiera hacer gran cosa, ya que no podía disparar a la población civil pacífica– el Sáhara. Tras esta ominosa marcha se entregó a Marruecos y a Mauritania, en los Pactos de Madrid, el territorio deseado por los coránicos vecinos. Ambos países, ante la retirada española, procedieron a ocupar el territorio y el Frente Polisario reaccionó declarando la guerra a Marruecos y Mauritania. Tras una serie de duros combates esta última decidió, en 1979, pactar un alto el fuego, retirándose. Momento que aprovechó el vecino marroquí para ocupar aquello que Mauritania había cedido y continuar la guerra contra el Polisario. Alargándose el conflicto hasta 1991, viendo que no era posible vencer al Frente Polisario, Marruecos pactó con este un alto el fuego, pero sin entregar un centímetro de territorio conquistado.

Una vez confirmado el alto el fuego, la ONU volvió a entrar en escena estableciendo que se debía organizar un referéndum, como ya había propuesto España en 1975. Un referéndum que, como todos, requiere de la realización de un censo de electores. Un censo que Marruecos debía presentar y que a día de hoy tiene unos treinta años de retraso. Un referéndum que, por cierto, si hoy se celebrara perjudicaría a los saharauis ya que, en estos treinta años Marruecos ha ido ocupando poblacionalmente el territorio, siendo ahora mayoría la población marroquí. Esto es lo que se conoce como política de hechos consumados, en la que Marruecos se ha hecho experta y que, por otra parte, no le ha sido muy difícil realizar al enfrentarse bien a enemigos menores (el Frente Polisario), bien a enemigos que no tienen pensamiento alguno de defenderse (España).

Estando así las cosas desde 1991, el día 13 de noviembre de este pandémico 2020 el ejército marroquí, que tiene menos miramientos que el español, y también bastante más apoyo gubernamental, atacó a un grupo de manifestantes saharauis que, en su manifestación, cortaban el paso de Guerguerat, en la frontera entre El Sáhara y Mauritania. Un paso de vital importancia para Marruecos dado que es la única vía segura que tiene para exportar mercancías en esa zona. Después de este ataque el Frente Polisario, en clarísima desventaja numérica y armamentística –cuenta con escasas armas que datan de los años 70–, declaró la guerra a Marruecos al entender que los marroquíes, con ese ataque a los manifestantes, violaron el alto el fuego de 1991. Desde entonces no han sido muchos los enfrentamientos ni de gran intensidad, lo que es comprensible dado lo comentado y si añadimos el muro de protección con que cuenta Marruecos, construido gracias a la ayuda de Francia y EE.UU, países que actualmente siguen apoyando a la monarquía marroquí. Lo cual permite a esta, también, tales maniobras.

Pero el conflicto no termina ahí. Y si, como hemos dicho, el conflicto involucra a España histórica y jurídicamente, «descolonización» mediante, no es descartable que, si Marruecos con su política de hechos consumados termina ocupando oficialmente todo el Sáhara, también involucre a nuestra nación militarmente.

Como hemos señalado más arriba el Sáhara es vecino de la región canaria, y en las aguas mediantes entre ambos territorios se han descubierto importantes yacimientos de minerales, tierras raras y de lantano, un elemento químico de color plomizo que se emplea para realizar multitud de aleaciones y para la fabricación de celdas electrolíticas –también en investigación médica, en agricultura y en las espectroscopias de resonancia magnética nuclear–. Unas celdas electrolíticas para baterías que, en plena fiebre de la electrificación automovilística, por el bien del planeta, y de dispositivos inteligentes electrónicos de alta tecnología, son fundamentales. Por tanto también lo es el lantano. Los réditos económicos pueden ser, pues, muchos. La disputa por la posesión de esas aguas, como no podía ser de otra forma, está servida. Es por ello que Canarias ya ha solicitado un aumento de sus aguas territoriales, que englobarían estos yacimientos de lantano y tierras raras, para beneficio canario y, por tanto, español. Pero Marruecos, siempre ojo avizor, el año pasado ya declaró unilateralmente todas esas aguas entre el Sáhara y Canarias, incluidas las propias aguas canarias, como aguas territoriales marroquíes; y opera como si tal cosa así fuera, como hecho consumado, a pesar de que esas aguas pertenezcan, si no se las dejan quitar, al Sáhara y a España.

Ante tal atropello España, una vez más, como decimos, no ha hecho nada. Sigue dejándose ocupar, y ello a pesar de los avisos lanzados por la Asociación de Militares Españoles. Y es que la ocupación de las aguas españolas es muy real –los pescadores llevan mucho tiempo sintiéndolo–, y no sólo las aguas. Se ha alertado también de la posibilidad de una ocupación de las islas orientales (Lanzarote, Fuerteventura y Gran Canaria). Dado que España no ha elevado ninguna queja ante la ONU, organismo intermediario y resolutor en este asunto, Marruecos continua con la mentada política de hechos consumados, avanzando poco a poco tanto en el Sáhara como en territorio español –no mencionamos a Ceuta y Melilla pero, tristemente, encontramos más de lo mismo–.

Ante esto no preguntamos si es posible desligar la crisis inmigratoria –que no migratoria– que estamos viendo en Canarias, también desde hace más de un mes, de lo comentadoNo son pocas las voces de extrañeza ante la juventud, lozanía y masculinidad de la inmensa mayoría de los miles de inmigrantes que han llegado en tropel a las costas canarias. Muchos de ellos cargados, al parecer, con una tecnología de alta gama, con sus celdas electrolíticas, que también extraña en sujetos que supuestamente huyen de una situación de pobreza. Hay quien ha hablado incluso de invasión. ¿Será esto una exageración o será un pasito más, aunque sea una mera tentativa o un mero aviso, de la política Marroquí de hechos consumados? ¿Hará algo el Gobierno español por defender a los españoles, al territorio del que se supone que es soberano y a los intereses económicos de España? ¿Hará lo que haría cualquier Gobierno normal y elevará las quejas pertinentes a los organismos pertinentes y defenderá, violentamente si hace falta, el territorio español y sus intereses económicos o, por el contrario, seguirá haciendo lo que los Gobiernos españoles han hecho desde hace décadas, esto es, prácticamente nada?

No hablamos de posibilidades exaltadas, hablamos de avisos realizados por la Asociación de Militares Españoles, de la dejadez endémica del Gobierno español, de una política exterior y de defensa ausente y de la efectiva estrategia del vecino marroquí. Aunque quizá también estemos hablando de la dejadez de una nación agónica que simplemente se está dejando morir y que se deja arrebatar lo que es suyo –y que lo será sólo mientras lo defienda. Quizá éste, junto a la presencia de terroristas y secesionistas de todo tipo en sede parlamentaria, sea otro síntoma más de una nación en un declive vertiginoso que ha renunciado a su eutaxia, a seguir siendo o coexistiendo. Quizá en estos conflictos más que de un drama estemos hablando de la inevitabilidad de una tragedia.

Pero como hasta que todo está perdido nada está perdido, desde DENAES instamos al Gobierno español a que esté muy atento a los sucesos señalados y que defienda como debe el territorio español así como los intereses económicos que sus distintas regiones puedan tener. Instamos al Gobierno español a que recurra a los organismos nacionales e internacionales necesarios, o a las fuerzas necesarias, para que un conflicto como el saharaui se pueda resolver de una vez por todas, que Marruecos deje de ser una amenaza territorial y militar constante para nuestra nación política y que pasito a pasito siga conquistando sus sueños territoriales a costa de España. E instamos a todos los españoles –ya sean de derechas o de izquierda, de arriba o de abajo, pobres o ricos, heterosexuales u homosexuales, con coleta o barba, de género fluido, neutro o fijo– a hacer lo propio, a defender su patria y a presionar a su Gobierno para que lo haga, como es su deber. Y el de todos.

Quien esté de rodillas… que se levante.

Artículo para Posmodernia.

13 de noviembre de 2020.

Reseña de “El Dominio Mental. La geopolítica de la mente”

Reseña de El dominio mental. La geopolítica de la mente.

Autor: Pedro Baños

Editorial: Ed. Ariel, Barcelona, 2020, 544 págs.

«No podemos seguir haciendo como el avestruz que mete la cabeza bajo tierra y creer que no va con nosotros, que es responsabilidad de otros solucionar los problemas, nuestros problemas. Debemos levantar la cabeza, bien alta, para mirar con fondo y amplitud hacia el futuro común. ¡Es ahora o nunca!». Con estas imperiosas palabras termina el coronel Baños la última parte de su trilogía sobre geopolítica, en esta ocasión sobre la geopolítica mental. Así termina –aunque el libro continúa con cuatro meritorios apéndices de cuatro autores diferentes– esta bofetada amable pero firme que Pedro Baños nos da con éste libro. Sí, una bofetada, una verdadera bofetada que necesitamos y que él nos brinda con un estilo sencillo pero directo. Porque a pesar de ser una bofetada que nos mueva del sitio y saque de la apatía en que por lo general estamos instalados, como el autor mismo explica al final, no es una bofetada que busque hacer daño, sino abrirnos los ojos, animarnos a ser libres, busca proporcionarnos información y herramientas para poder comprender un poco mejor nuestro pasado, nuestro presente y a vislumbrar algo de nuestro futuro.

Y vaya si da herramientas. Porque la información que nos proporciona a lo largo de sus siete capítulos, su epílogo y los mentados cuatro apéndices es abundantísima. Es cierto que se le puede sacar algún pero, ninguna obra es perfecta. Por ejemplo, una cosa importante que se puede echar en falta es que, tratando el tema que trata, el autor en ningún momento nos ofrece una definición clara y precisa –siquiera aunque sea una más o menos técnica, categorial– de qué es la mente. Se da por supuesto. Y aunque por los desarrollos y temas tratados en sus páginas se pueda saber de qué nos habla el coronel, en ocasiones puede surgir alguna confusión. Hay momentos incluso en los que no se sabe bien si se nos está hablando específicamente del cerebro, de la conciencia o de la mente. Pues no son lo mismo. Y es que definir el cerebro y saber a qué nos referimos es relativamente fácil, quizá sólo requiere que nos acerquemos a alguna definición e imagen que ciencias como la anatomía o la neurociencia nos facilitan. Pero al hablar de la conciencia o de la mente la cosa se complica bastante más si cabe, ahí ya entramos en el terreno filosófico, un terreno mucho más resbaladizo ya que, como mínimo, requiere adoptar una definición que proporcione no la filosofía, así en general, sino alguno de los sistemas filosóficos disponibles, y justificar por qué esa definición y no las otras.

Y aunque esto pueda parecer una precisión innecesaria, incluso rizar mucho el rizo, es sin embargo de una importancia crucial, ya que es la idea centrar sobre la que gira todo el muy meritorio libro. Esta definición, aunque reconocemos que no es fácil y que el autor ya hace mucho con lo que nos ofrece, nunca sobra aunque sea expuesta sólo en unas pocas líneas.

Pero a las herramientas. Decíamos que son muchas. Es apabullante la cantidad de información y la variedad de temas que Pedro Baños trata a lo largo de las 544 páginas que componen el libro, el más largo de la trilogía. Son tantas que es vano intentar hacer un mero bosquejo de las mismas, entre otras cosas porque merecen una buena lectura en profundidad. Y cuando decimos lectura queremos decir lectura y relectura de las maniobras de distracción y entretenimiento, de desinformación –que también es posible con avalanchas continuas de información–, de manipulación y adoctrinamiento, de miseria intelectual… todos esos métodos y más pueden servir y sirven para moldear nuestros pensamientos y sentimientos y, por tanto, para condicionar nuestros comportamientos. Pero no acaba ahí, porque las técnicas y dispositivos de vigilancia, como nos muestra en el segundo capítulo, no hacen sino crecer. Para empezar gracias a todos los datos que proporcionamos nosotros mismos sin darnos cuenta a través de nuestros móviles, las redes sociales, las tarjetas bancarias…, datos que son almacenados y vendidos por los grandes monopolios de la información como Google o Facebook. Y para continuar por las crecientes tecnologías de seguimiento y control como la geolocalización o las cámaras de vigilancia, por citar sólo dos casos.

Y continúa. Porque a todo esto, por si es poco, debemos añadir el nivel gubernamental y geopolítico. La lucha a muerte –la conocida guerra híbrida– que existe entre las potencias mundiales por el control de las propias poblaciones y las ajenas, lucha que Pedro Baños trata en los tres siguientes capítulos. La guerra psicológica, ahora llama operaciones de influencia, las grandes campañas de manipulación, los diversos y perversos subterfugios psicológicos bien para adormecer o bien para enaltecer, según interese, a las masas… Las más variadas tecnologías conocidas, y que todavía no conocemos, para acceder a las ondas cerebrales, para estimularlas o para controlarlas; nanotecnología que analiza o modifica nuestro cuerpo, manipulación genética, soldados biónicos, cíborgs… Tampoco faltan las más diversas armas electromagnéticas, lumínicas o sónicas con las que afectar a los cerebros, pensamientos y sentimientos; por no mencionar la gran variedad de torturas psicológicas posibles como la privación del sueño o la privación sensorial. Hasta la parapsicología y los fenómenos paranormales han tenido cabida –y no sabemos si tienen– en esta geopolítica mental aunque pueda parecer descabellado.

Si bien, después de todo esto, el libro –aquí sólo hemos mencionado una pequeña parte– en sus últimos capítulos, a pesar de ofrecernos un panorama muy difícil, como se puede ver en el sexto capítulo, culmina en su capítulo séptimo y en el epílogo esa bofetada amable que mencionábamos antes. Esa bofetada amable pero contundente. Porque el presente pandémico que vivimos es poco halagüeño, desde luego. Pero sólo irá a peor si no sabemos a qué nos enfrentamos y no hacemos nada para enfrentarnos a todos los problemas que están desgastando, corrompiendo hasta la médula, nuestro Estado y nuestra democracia. Porque si seguimos siendo ese avestruz escondido, narcotizado, que no quiere ser libre, que se sigue nutriendo de falsas esperanzas, que se deja manejar como una triste marioneta, sólo nos quedará vivir en el mundo feliz más distópico que nadie haya podido imaginar jamás.

En manos del lector queda.